A mediados de enero de 1946 cayó sobre Burriana una nevada copiosa nunca vista y que produjo un auténtico desastre en las plantaciones de naranjos, prácticamente la única fuente de riqueza tanto de Burriana como de las poblaciones vecinas. Un hecho que produjo un autentico varapalo en la economÃa de la mayorÃa de las familias burrianeras y que a su vez mermó la moral de todos ellos. Pese a todo ello, el pueblo de Burriana iba a vivir un acontecimiento único que servirÃa para revitalizar la moral y devolver la ilusión a todos sus vecinos, la celebración de la Consagración Episcopal de Vicente Enrique y Tarancón.
Natural de Burriana y con 38 años siendo párroco y arcipreste de la población vecina de Vila-real recibió la grata noticia de su nombramiento como obispo de Solsona. Se abrÃa un dilema en la cabeza del que posteriormente serÃa el Presidente de la Conferencia Episcopal española jugando un papel conciliador y fundamental en la Transición española, y es que tenÃa que decidir en qué población celebrar la Consagración Episcopal. Por una parte, Burriana, ciudad natal en la que habÃa sido bautizado, confirmado, dónde habÃa recibido su primera comunión y donde celebró en el año 1930 su primera misa. Por otra parte, Vila-real, ciudad en la que en el momento de ser nombrado obispo era el arcipreste y en la que a pesar de llevar menos de tres años era muy apreciado y valorado por sus fieles.
Finalmente, con el consejo de sus amigos y parientes decidió que dicho acontecimiento se celebrarÃa en la Basilica del Salvador de Burriana. Los de Vila-real aceptaron y para evitar un conflicto dada la ilusión que les hacia a sus vecinos este nombramiento, Tarancón les prometió que al dÃa siguiente de la Consagración darÃa su primera misa ya como obispo en Vila-real. Los burrianeros, tan "fanfarrons" como siempre, bien contentos que Tarancón hubiese escogido la ciudad que le vio nacer.
El dÃa señalado para la celebración de la Consagración Episcopal fue el 24 de marzo de 1946, domingo de cuaresma. Algunos reparos pusieron los de Castellón porque coincidÃa con las fiestas de la Magdalena, pero los 4 obispos nombrados ese dÃa se pusieron de acuerdo.
Los ciudadanos de Burriana se volcaron con esta fiesta y a pesar de las penurias que muchos atravesaban a causa de los efectos de la nevada en la naranja, hospedaron alrededor de trescientas personas, entre ellas, al nuncio de su Santidad que era el encargado de consagrar a Trancón más los tres obispos y dos centenares de sacerdotes junto a las autoridades provinciales de Lérida y las municipales de Solsona. Un gesto de hospitalidad de los burrianeros que Tarancón nunca olvidarÃa.
Para preparar los actos, se movilizaron todas las fuerzas vivas de Burriana como de Vila-real junto a la ayuda de los jóvenes de Acción Católica de la diócesis. Todo coordinado por el primo de Tarancón, Juan Bautista Enrique Planelles.
Como suele pasar en la mayorÃa de las celebraciones, algún contratiempo pone sobre las cuerdas su celebración y Tarancón no se escapó de ello. ¿Qué es lo que sucedió?
Casimiro Morcillo, obispo auxiliar de Madrid, habÃa de ser el consagrante y éste era el responsable de recoger y hacerle llegar a Tarancón las bulas provenientes de Roma a través del Ministerio de Justica. Don Casimiro, al faltarle poco para llegar a Burriana se dio cuenta que se le habÃan olvidado dichas bulas que se leen en el acto de la consagración y en virtud del mandato apostólico en ellas puesto es como el obispo accede a la consagración. Ante este contratiempo, Casimiro llamó a su secretario que se habÃa quedado en Madrid para que las buscara. Y efectivamente, las bulas habÃan quedadose en Madrid. Le ordenó que hiciera todo lo posible para que al dÃa siguiente llegaran a Burriana. Pero aquella noche no funcionaba el tren correo. Ante ello, no habÃa otra solución que consistÃa en que el secretario se presentase en el parque móvil de los militares y que allà dijese que se trataba de un asunto urgente por si debÃa hacerse aquella noche algún servicio de Madrid a Valencia y ya irÃan ellos a buscarla.
El secretario asà lo hizo. Ante todo esto, Tarancón no se fiaba de que llegase a tiempo y las consecuencias podrÃan ser un desastre. Por ello pensó en que como Casimiro habÃa leÃdo las tres bulas hiciese un certificado de haberlas leÃdo y que dicho certificado pudiese suplir las bulas si estas no llegaban a tiempo.
La noche del 23 ante este imprevisto y los nervios acumulados Tarancón no logró conciliar el sueño hasta entradas las seis horas de la madrugada. Apenas habÃa logrado dormirse y recibió una llamada de urgencia y es que las bulas habÃan llegado a Burriana y debÃan de entregárselas personalmente. Todo quedó resuelto, aunque un buen susto les habÃa dado.
HabÃa llegado el dÃa, el 24 de marzo de 1946, miles de personas se agolparon en las plazas y calles adyacentes y pocos fueron los que pudieron presenciar la ceremonia en el interior de la BasÃlica del Salvador.
La Consagración Episcopal transcurrió exitosamente y tras terminar, Tarancón se quedó a solas para realizar el tradicional besamanos. Más de dos horas allà sentado viendo desfilar a cientos de fieles para besarle el anillo. En palabras del mismo Tarancón y haciendo gala de su carácter dijo "que el besamanos fue una autentica paliza". Y es que razón no le faltaba. Lo que más le maravilló al propio Tarancón fue la entereza de su madre en la que cuando lo abrazó y le besó el anillo no mostró ni un ápice de la menor emoción.
Tras finalizar, antes de ir a la comida que le habÃa preparado su buen amigo Juan Feliu, se pasó por el convento de los Carmelitas descalzos donde estaban terminando de comer los 250 sacerdotes que habÃan acudido a la ceremonia.
Al dÃa, siguiente y haciendo alarde de ser hombre de palabra, Tarancón cumplió y acudió a Vila-real en la fiesta de la Anunciación para oficiar la misa, donde sus ciudadanos quisieron superar a los de Burriana en el homenaje a su obispo.
Todo un hecho histórico para la ciudad de Burriana de uno de sus hijos más ilustres e importantes que ha aportado a la historia de España y que por ello, en el dÃa de su 76 aniversario, es digno de rememorar.