Carlos Gil. / EPDA El Gobierno ha asestado un severo golpe a la supervivencia profesional de Jordi Hurtado. Visto que el presentador de “Saber y Ganar” se está mostrando incombustible, la mejor forma es acabar con su programa. ¿Y cómo? Dejándolo sin concursantes.
La última fase de la reforma educativa del Gobierno Sánchez supone un nuevo ataque, mortal de necesidad, a aquello que siempre habíamos conocido como “cultura general”. Siendo consecuencia de la Ley Celaá, poco más podíamos haber esperado, pero la realidad no ha defraudado a las peores expectativas.
Los conocimientos, como siempre los hemos entendido, van a dejar de tener sentido en el triangulo de la formación español, dejando su protagonismo a las competencias y las habilidades. Podría hasta parecer una buena idea, hasta que lleguemos a un punto en que debamos plantear con qué conocimientos van a desarrollarse esas habilidades.
Que un país como España, prescinda de docenas de siglos de historia para iniciar su estudio en la Constitución de 1812, me parece, de entrada, aberrante. Vivimos en un país por el que han pasado multitud de civilizaciones, que ha tenido una histórica influencia internacional y donde han tenido lugar acontecimientos históricos de gran relevancia. Y las generaciones futuras van a tener que prescindir de todos ellos. A nuestros estudiantes, vamos a contarles la parte de la historia, por supuesto desde el mismo prisma subjetivo de siempre, en que menos relevancia tuvo España y en la que se vivieron los episodios más tristes de todos nuestros siglos de existencia. ¿Es casualidad o alguien pretende evitar que los jóvenes puedan llegar a sentir que pertenecen a una gran nación?
Una vez más, el Gobierno socialista confunde la competencia con la competitividad. En un mundo en que las fronteras desaparecieron y la globalización, especialmente en lo referido a mano de obra, tomó el protagonismo hace ya años, no es suficiente con que los titulados sean competentes, sino que precisan ser competitivos en un mercado laboral cada vez más semejante a una jungla.
Reducir la exigencia y penalizar la educación no son la mejor manera de conseguir esa competencia. Entramos en una dinámica de facilitación del objetivo que poco favorece a la exigencia que presenta, apenas unos meses después, el acceso al mercado laboral. Contrasta la simplificación del nivel de estudios con la tan repetida frase de que los estudiantes de hoy trabajarán en empleos que ahora no existen (algo que, por cierto, también nos pasó a los de mi generación, vistos los avances que la informática ha tenido desde los años 80 hasta la actualidad). Si tan cambiante es el mundo, y lo es, la primera habilidad que precisan los trabajadores del futuro es la capacidad de pensar, de ser críticos con el entorno y de tener una gran versatilidad ante sus cambios. Y nada de eso se contempla en la reforma. Algún día nos arrepentiremos o nos harán arrepentirnos, pero, para entonces, ya no tendremos concursantes preparados para “Saber y Ganar”.
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