Susana Gisbert. /EPDA Somos animales de costumbres. Eso es, al menos, lo que siempre nos han dicho y, aunque lo interpretamos poniendo el énfasis en la “costumbre”, últimamente me planteo si no habría que ponerlo en los de “animales”. Porque hay cosas a las que no deberíamos acostumbrarnos nunca.
Vivimos en la sociedad de la instantaneidad. Recuerdo que un publicista me dijo que cuando en la publicidad sale una frase de moda, inmediatamente deja de estarlo y pasa a esta anticuada. Tenía razón. Estar a la última es un esfuerzo ímprobo, y cada vez más, con la eclosión de las redes sociales. Pero lo que puede ser admisible, o, al menos, soportable, con determinadas cosas no puede ser con otras.
Lo vivimos una y otra vez. Hace unos años, cada víctima de violencia de género causaba una conmoción social, y los informativos no hablaban de otra cosa. Poco a poco, subimos el listón de nuestras tragaderas y necesitamos circunstancias excepcionales para que llame nuestra atención: un asesinato truculento o múltiple, que sean los hijos e hijas las víctimas, que sumen varias en pocas horas o cualquiera que exacerbe el morbo. Como si el hecho de que un hombre asesine a su pareja no fuera suficiente.
No es el único caso, desde luego. Hace unos veranos todos los informativos abrían con la situación de los refugiados que huían de Siria. Aquellas colas de gente dejando todo tras de sí llegaron al cénit con la imagen del pequeño Aylan muerto en la playa. La situación no ha cambiado demasiado, pero nuestras tragaderas han marcado una muesca más y ya no nos impresiona.
Otro tanto ocurría hace bastante menos con la toma de Afganistán por los talibanes. Las huidas desesperadas y la merma constante derechos, sobre todo a las mujeres siguen existiendo. Pero ya nos hemos cansado de leerlo. Un nivel más en el umbral de nuestra tolerancia.
Ahora es la guerra de Ucrania. Esa convulsión mundial que nos sacudió hasta las entrañas ya apenas nos afecta y, si lo hace, es más por la repercusión en nuestros bolsillos que en nuestras conciencias. Si no fuera por eso, pasaría al mismo nivel de indiferencia de todos los conflictos bélicos que continúan en diferentes puntos del planeta.
La lista sería interminable. Hambrunas en África, epidemias, catástrofes naturales, el cementerio del Mediterráneo o hasta el preocupante ascenso de violaciones grupales o agresiones homófobas, corren el peligro de pasar al archivo de los temas olvidados.
Por esto decía que cada día parecemos más animales, de costumbre o no, con perdón de esas criaturas con pelo o plumas que tienen injustamente esa fama de insensibles. Ya quisiéramos más de una vez ser como ellos.
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