Susana Gisbert. /EPDA La pasada semana viví una experiencia nueva para mí y única. Tanto que no podía dejar de compartirla. Por muchas razones.
Bailé en la Dansà de la Virgen, Con mi falla y con otras fallas amigas y junto a muchas comisiones más. La verdad es que si hace unos años me hubieran dicho que fuera a participar en semejante evento, no lo hubiera creído. Porque esa mezcla entre vergüenza, y falta de tiempo hacía de todo punto impensable ni que me lo planteara. Pero la pandemia me hizo replantearme cosas, en especial, encontrar tiempo para hacer lo que me gustara. Y algo que combina danza, Valencia y fallas me tenía que gustar por fuerza. Y así ha sido.
No fue coser y cantar, que nadie crea. La propia participación no era cosa fácil por dos razones. La primera, el cupo limitado; la segunda, un motivo que podría considerarse discriminatorio y al que hubiera dedicado este artículo si no lo hubieran eliminado antes de dar a “enviar”. Porque, hasta este año, se exigía bailar en pareja de hombre y mujer. Y eso es mucho más difícil de lo que se pueda pensar, porque no solo requiere encontrar una pareja -de baile, claro- del otro sexo, sino que esté dispuesta a bailar, algo que a muchos hombres todavía les cuesta. Además, también impedía a parejas de otro tipo participar juntas, si tenían la suerte de que ambos bailaran. Junta Central Fallera eliminó este requisito, y mi posible texto, pero un poco tarde, la verdad. Una semana antes del acto. Pero había que intentar organizarse.
El otro problema, el del cupo, era otro cantar. En este caso también la notificación de JCF del número de parejas que correspondían llegó tarde. Y en nuestro caso, como supongo que en otros, alguien tendría que quedarse fuera, porque fueron menos que lo que esperábamos. Estábamos abocados a un sorteo cuando un ejercicio de generosidad permitió que nadie de quienes deseábamos estar ahí quedara fuera. Dos personas renunciaron a bailar con sus parejas para que ellas bailaran juntas y encajaran las cuentas. Y yo, que valoro el gesto, les prometí un artículo. Y aquí está, dedicado a esas cuatro personas cuya generosidad evitó malos tragos y propició buen rollo, que buena falta hace. Lo que en idioma fallero llamamos “germanor”.
Bailamos. Lo hicimos tres fallas de Ruzafa unidas, con una dosis extra de esa “germanor”. Tuve una pareja y unos compañeros de baile inmejorables. Y lo disfruté como nunca. Por eso lo cuento. Espero haber sido capaz de transmitir al menos un poco de esa alegría. Gracias otra vez.
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