GÁTOVA, archivo JSMS. Último domingo de diciembre y del año. El sol frena el frio,
aunque los termómetros apenas rozan los diez grados. El día invita a salir, ya
pasó la Navidad, la vida continua dentro de la no normalidad, pero buscando la
naturaleza, buscando el renacer de la vida, me pongo en camino, siguiendo la
ruta desde Llíria, por Marines, Olocau, Marines viejo, y una serpenteada
carretera que te lleva hasta los cofines que unen Valencia, Castellón, la
Sierra Calderona y la creación, la ecología, en su más puro estado.
La carretera te va atrapando, su estrechez, unida a los
fuertes colores de la tierra, de las piedras, de la vegetación acariciada por
el novedoso invierno, te introducen sobre un túnel que forman los vedes
pinos, en un camino angosto, en el que además de la belleza que te circunda,
oyes la suavidad de los lamentos del viento, contemplando con respeto la rápida
circulación de los vehículos, siempre con prisa para llegar a su destino.
Los ciclistas ponen la nota de color, pedaleando en pequeños
grupos, o subiendo con esfuerzo las cuestas que te presenta el camino. Es
un entretenimiento completo, contemplas y meditas. Intentas guardar todos los
momentos en fotos, y por fin llegar a la meta. De lejos ya ves las blancas
paredes, presididas por el solemne campanario que define el punto central
del lugar.
Los pocos semáforos combinados hacen más fácil la travesía
por la población, hasta llegar a la zona que puedes aparcar el vehículo y
comenzar la aventura pensada. ¿Quién mejor que el Señor Alcalde de la población
para guiar mis pasos por ella? Le llamé a Manuel Martínez, mí querido amigo
Manolo, el cual fiel a la cita me esperaba junto a la fuente de los quince
caños. En otras ocasiones ya había visitado esta joya rural, pero no con un
cicerone que conoce todos los rincones y recovecos de su tierra.
Con que exquisitez, me explico algo que yo no conocía, algo
vital para todos nuestros pueblos: el ciclo del agua. El agua que alimenta la
fuente, el agua que surca por los arcos del puente, el agua que corre cantarina
por esas acequias sepultadas... la que alimenta el flamante lavadero, en el que
están separadas dos antiguas pilas; una para lavar utensilios de cocina:
calderas, paellas, sartenes... y la otra para el lavado de la ropa. El sol
entra por los arcos, el agua limpia se refleja cual cristal en las paredes; el
techo recién rehabilitado, ofrenda una imagen al visitante digna de recrear
novelescos momentos cuando las redes sociales no existían, y las largas
conversaciones en invierno y en verano, se alimentaban entre jabones, sábanas,
camisas y ajuares recién estrenados que salían de aquel lugar impecablemente
limpios.
El empedrado de la calle es rojo, al igual que las paredes
que cubren las montañas, la piedra de rodeno, arenisca, de grano medio y
tono rojo es agradable a la vista, produce una uniformidad que define el
entorno. Andando hemos llegado a un punto donde se ve el puente de entrada a la
población muy bien conservado, el barranco limpio, preparado para que la
naturaleza no haga maldades, una balsa de agua clara en la que se reflejan los
edificios que la bordean, a la vez que descubres los peces de colores que
además de ser el adorno, favorecen el orden natural.
Desde allí se descubre el partidor de las aguas, las que se
gastan o gastaban para regar, las que alimentaban el viejo matadero, convertido
en Centro Municipal para albergar actividades culturales, o las referidas
fuentes y lavadero. Eso es saber utilizar el agua, eso es saber reciclarla, eso
hace honor a aquellos pobladores que con nobles ideas trazaron el
aprovechamiento de esa preciada sustancia que representa una importante fuente
de vida.
Desde una alta terraza, pude contemplar el Molino de
la Ceja, el Calvario, y una bella panorámica de todo el entorno, admiré la
veleta del campanario, datada en 1794 en la que se aprecia la silueta de San
José y el niño. Pude oír repicar la pequeña campana de Santa Bárbara, y me dejé
empapar por el dorado-ocre que engalana la puerta de una limpia iglesia.
Don Rafael Fernández, el Señor Cura, nos atendió de maravilla.
A los pies de la patrona de Gátova, nuestra señora de la Merced, descubrimos
como la huella de los años y el fervor popular consiguió erigir esa
iglesia en honor de su patrona la Virgen de los Ángeles. Los coloridos
cristales, los dorados que rematan basamentos y capiteles, la impecable
pintura, así como las hornacinas que custodian los santos, invitan a la
oración. Es tiempo de Navidad, está el Niño Jesús en la cuna, y un pequeño
belén presidiendo a los pies del presbiterio.
Me llama la atención la imagen de san Antonio, que el 17 de
enero se celebra su fiesta, lleva sobre él dos rollos anisados, atados con
rojos lazos, uno en su cayado muy próximo a las barbas, y el otro lo lleva el
cerdo que le acompaña. Esos dos rollos son historia, han pasado la pandemia,
junto al santo anacoreta egipcio de nacimiento... a ver si a partir del
día de su fiesta remite esta epidemia por el éxito de la vacuna, y el buen
criterio y comportamiento de la gente. En realidad esta pandemia, también nos
ha convertido "un poco" en ermitaños, hemos aprendido a estar más en
casa. En el altar mayor se puede ver elevada sobre una columna, la blanca
imagen de yeso de la Virgen de la Cueva Santa. Gátova también es parte de ese
camino mariano.
¡Gracias don Rafael, por hacer posible este encuentro
con la fe y la historia, pues nos despide una Pila Bautismal policromada que el
próximo año celebra su I Centenario, ya que en ella se lee "Año
1921"!
El tiempo corre veloz, las calles del pueblo nos esperan,
las vamos recorriendo: San Roque, Bétera, Calvario, Mayor, Enmedio.... Casas
decoradas sus exteriores, con bellas y modernas pinturas. A lo alto vemos
una blanca pared con unos azulejos dedicados a San Pedro; posiblemente
allí estuviera la antigua y primitiva ermita del pueblo. Los niños el día de su
primera comunión acuden a esa casa, a perpetuar el momento con la histórica
foto.
Empapado no solo de la naturaleza, sino de la calidad humana
de los pueblos, de la gentileza de sus moradores, del encanto de sus rincones,
de la vida que encierran las casas, me dispongo a despedirme, ya es casi hora
de comer; mi anfitrión me dice que a dos kilómetros están las
fuentes de la Alameda y la Fuente del Rebollo...
De camino, paso por una seductora piscina, enfrente de la
calle Pintor Sorolla, teniendo que hacer una parada obligatoria junto al
Acueducto de Piñel, donde la piedra rodeno, los pinos, el brezo (erica
multiflora) más conocida como "petorro" y demás plantas de leña baja,
consiguen camuflar el agua, entre los verdes colores que tapizan el entorno,
todo ello bajo la atenta mirada de un corral semi destruido en el que se alzan
dos rojos arcos de piedra tan bien tallada como construida.
El punto final son las dos fuentes mencionadas, en el
Rebollo me encuentro una alfombra de hielo, brillantes olivos cargados de años
que contrastan su color con el verde de los pinos. El surco que deja el agua se
hace presente a una parte del camino, y al otro la frondosidad del paisaje
consigue relajar tu mente.
Gátova: 1611-2011 cuatrocientos años de Carta Puebla,
recuerdos de la Ruta de los Repobladores; no solo esta presente Camarena de la
Sierra, en el Valle de Olocau, Marines y Gátova, están presentes en
este viaje todas aquellas mujeres y hombres que fueron capaces de legar un
pueblo, una historia, una fe, unas fiestas, unas danzas populares que
cada año el 24 de septiembre se presentan con renovada tradición en la plaza
del pueblo, como ejercicio de amor, abrazo al visitante, exhibición de saber,
porque la Jota de Gátova, suena con fuerza, junto a la música de su banda, el
cantar de un pueblo y la gloriosa indumentaria que define la calidad humana
de los vecinos de Gátova.
¡Gracias Señor Alcalde, gracias Manolo, Gátova es un pueblo
con honor, el honor de tenerte a ti, y el honor de ser un pueblo, abierto,
generoso y hospitalario que atrae a los visitantes! Gátova es una ruta
maravillosa digna de transmitir paz!
José Salvador Murgui.
Cronista Oficial de Casinos.
Académico de la R.A.C.V.
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