Rafael Escrig Existe una corriente ciudadana en toda Europa que aboga por dejar de usar herbicida para fumigar las malas hierbas en los alcorques, para transformarlos en una especie de pequeños jardines ecológicos.
La idea es que los alcorques tengan plantas autóctonas que generen diversidad y contribuyan a la polinización de los insectos. Todo ello con el beneficio añadido que supone el ahorro en productos fitosanitarios y mejora de la contaminación ambiente. Hasta aquí la teoría.
Sin embargo, la realidad es bien distinta, porque lo que se consigue en la práctica es que los alcorques estén llenos de maleza acompañada de basura que, en muchos casos, puede propiciar la propagación de plagas de insectos no deseados. Como he dicho, la teoría es fantástica. El respeto y defensa de las hierbas adventicias y si son autóctonas con flor mucho mejor, es uno de los principios ecológico por el que todos deberíamos mirar.
Pero ese plan, si se quiere hacer bien, costaría más dinero en siembra y cuidados que el uso de los herbicidas actuales. El cuidado que debería tenerse para mantener los alcorques en condiciones sería importante y la experiencia nos dice lo mal que llevamos eso del mantenimiento. El resultado de dejar los alcorques sin fumigar, dejando que sea la madre naturaleza la que actúe, lo estamos viendo todos los días: mala imagen de los espacios verdes y quejas vecinales.
Es verdad que nosotros también tenemos una gran parte de culpa en todo esto. No somos los ciudadanos ejemplares que cabría esperar. Somos los primeros que echamos basura por la calle y que no respetamos como debiéramos, los espacios comunes. Eso es un problema de educación y de civismo grave que ni el tiempo, ni los consejos, han sido capaces de eliminar hasta ahora. Si los ciudadanos, en lugar de ensuciar o de quejarnos, tomáramos conciencia y creáramos brigadas vecinales para mantener por nuestra cuenta esos alcorques, la cosa cambiaría. Eso que se hace aún en algunos pueblos de barrer y regar la puerta de casa y, ya puestos, asear el arbolito que hay delante, sembrando una plantita que se tiene en casa. Eso se hace y está bien. Pero claro, no se trata de hacerle el trabajo a los servicios de jardinería de toda una ciudad. ¿Cuántos estarían dispuestos a esto? ¿Y qué repercusión tendría en toda Valencia? Ninguna.
Sé que este asunto está creando mucha polémica. Nadie quiere ver en su calle el espectáculo de unos alcorques abandonados, pero por otra parte, a todos nos preocupa el problema de la contaminación. Así que ¿cómo resolver el dilema de no usar herbicida y tener unos alcorques bonitos y cuidados?
En algunas ciudades europeas, ya hace tiempo que se están viendo alcorques floridos y cuidados. En España también se están haciendo ensayos al respecto con la mejor voluntad, sembrando plantas de flor autóctonas, delimitando y urbanizando los espacios, etc. ¿Pero ese idílico mundo es factible en los más de 60.000 alcorques de una ciudad como Valencia, por ejemplo? Quizás lo sea en alguna zona concreta de la ciudad, o en algún pueblecito de 3.000 habitantes, pero no en toda una gran ciudad a no ser que se multiplique el presupuesto y el personal para su cuidado y mantenimiento. Entiendo que los políticos que están a favor de medidas ecológicas, en aquellas ciudades donde gobiernan, como es el caso de Valencia, se quieran ahorra gastos dejando de mantener los alcorques, al tiempo que mandan a sus votantes el mensaje que quieren oír, ese de ¡Qué ecologistas somos y qué bien cuidamos el planeta! Pero mientras no pongan más personal de jardinería y más dinero, pienso que la mejor manera de mantener un alcorque en condiciones, al tiempo que se protege al árbol, es con acolchado natural procedente de restos de poda triturada o el acolchado artificial sintético y traspirable que se estaba usando últimamente. Todo lo demás son fantasías demagógicas que llevan a lo que estamos viendo. De momento tendremos lo que se ve en la fotografía o mucho peor.
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