Teresa Ortiz Parece simple y obvio decir que la vida es tiempo, pero la frase se convierte en algo complejo cuando las mujeres nos vemos diariamente atrapadas en un mundo de prisas, de jornadas interminables, de extremas exigencias laborales y, en muchos casos, de inalcanzables autoexigencias personales. En ese frenético devenir diario, las mujeres tenemos que afrontar la situación de tener que demostrar más que los hombres para poder conseguir lo mismo que ellos o, en algunos casos, un poco menos. Esa exigencia extra, que la sociedad nos impone, para poder estar al mismo nivel que los hombres, es la línea de partida para entender el verdadero sentido de la igualdad.
Estas semanas, a causa de la pandemia, la reivindicación por la igualdad real ha quedado limitada en cuanto a la participación masiva a pie de calle, pero no ha estado exenta de manifestaciones con distancias de seguridad, concentraciones espontáneas y un gran número de llamamientos desde múltiples frentes para tener una sociedad en la que la igualdad sea un hecho y no una aspiración. En estas semanas han sobrado, de nuevo, las pugnas de índole político, para capitalizar en unas siglas concretas la bandera del feminismo, pues el feminismo, es de todas y todos.
Quisiera explicar lo que es para mí el feminismo en la plenitud del término. Desde mi punto de vista, no son sólo los eslóganes, no es sólo el 'ir 'sola y borracha', no sólo si me siento agredida o no con piropos o sólo si me maquillo como quiero. Si nos quedamos con esa cara del feminismo, nos encontramos con un pensamiento sesgado, incompleto y hasta susceptible de ser estereotipado. Para mí, el feminismo es el movimiento que defiende verdadera igualdad, para que las mujeres podamos tener las mismas posibilidades que los hombres y para que no nos pregunten en una entrevista de trabajo si queremos tener hijos o por qué queremos trabajar en una empresa de logística en vez de en una mesa atendiendo al público.
Personalmente no cuestiono los estereotipos, pero sí los hechos, porque estos son los que realmente nos dan la libertad de poder decidir qué hacer con nuestras vidas y no tener que estar guiadas en nuestros actos por ningún varón. Las mujeres en occidente hemos dado muchos pasos en comparación con otros lugares del mundo. Aquí, no nos obligan a casarnos jóvenes, ni a ser madres o que aceptemos que la privación de los derechos fundamentales de las mujeres sea inherente a la propia cultura del lugar. En el mundo occidental, la falta de igualdad viene dada, sobre todo, por la 'obligación' social de competir en nula igualdad de condiciones y que la aceptación de esa desigual competencia, en todos sus términos, sea condición de integración social.
¿Qué ocurre cuando la reivindicación feminista se convierte en una lucha exagerada en contra de los hombres, por el propio hecho de ser hombres? La respuesta hay que encontrarla en el descrédito y perjuicio que esto supone hacia el verdadero feminismo y su lucha por la igualdad real, pudiendo ésta verse también ralentizada en el tiempo. Por lo tanto, creo necesario un cambio de formas y fondos para que el reto de conseguir la igualdad no se eternice ni se enquiste. Aún con todo, a todas nosotras nos queda un camino costoso y duro para conseguir la plena igualdad. Las mujeres tenemos que seguir trabajando juntas en pos de ese objetivo, ayudándonos entre todas para construir un futuro mejor. En ese camino, los hombres son nuestros aliados, no nuestros enemigos.
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