Vicente Cornelles. /EPDA En esta ciudad cicatera y absurda, celebraciones que en otras urbes hubieran sido vividas con absoluto esplendor y maravilloso realce se quedan solo en manifestaciones a medio gas con una dejadez del equipo municipal de gobierno al que lo del incienso y cera le pilla siempre a contrapié fruto de un falso laicicismo. Eso es lo que ha ocurrido con la visita relámpago realizada por la imagen de la Mare de Déu del Lledó al caso urbano de la capital de la Plana desde su basílica huertana, al cumplirse el centenario de la declaración como patrona de la ciudad un 8 de noviembre de 1922.
Llevada en un carruaje de caballos, por cocheros vestidos con sudadera verde corporativa de la empresa de landós y portada por el Perot, la virgen más venerada llegaba a la plaza Mayor en medio del fervor de miles de castellonenses expectantes para ver de cerca a la Lledonera en un día laboral. El pueblo nunca falla con una Concatedral a rebosar.
Sin embargo, los engranajes de la organización del acto chirriaban. No estaba la Banda Municipal (el anticlericalismo de la concejala de Cultura, Verónica Ruiz daba resultado); el obispo Casimiro López se limitó a decir las cosas de siempre en un relato falto de sentimiento castellonero (nunca le ha gustado la religiosidad popular y su axioma ‘menos paellas y más rosarios’ impregna su labor pastoral); la corporación municipal esperaba formada en la plaza sin apenas opción a un mayor ensamblaje con los ciudadanos y la Real Cofradía mariana, con competencias muy limitadas, intentaba hacer lo que podía, aunque en algún caso con ciertas ínfulas de superioridad.
Con estos mimbres el aniversario de esta efeméride no pasará a la historia precisamente por su relevancia organizativa, boato y voluntad del Ayuntamiento de expresar el sentimiento ‘lledonero’ que desde 700 años está en las raíces de la antigua villa medieval y oficialmente desde hace un siglo. Lo mejor, la primera parada del icono sagrado en la capilla gremial de la Sangre en un emotivo recibimiento con vítores y pétalos de rosa; la espontaneidad de la concejala de Ermitas, Pili Escuder, elegantemente vestida, y que saltándose el encorsetado protocolo iba y venía con acierto para que todo funcionara sin apenas respaldo de sus compañeros corporativos y la tradición del palio, entroncada con la más antigua fe de los castellonenses.
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