Rosa F. Mustafá
No
vi el programa en el que Rocío Carrasco confesaba haber
sufrido maltrato por parte de su ex marido, pero
sí el posterior linchamiento mediático y la incredulidad ante el
hecho de que una mujer famosa y de cierto nivel económico pudiera
ser víctima de violencia de género. Lo de siempre.
Últimamente,
observo con tristeza que la vida sigue, como siempre. Las mujeres
seguimos siendo cuestionadas en cualquier ámbito, como siempre.
Seguimos
cobrando menos, como siempre. Los cuidados familiares y domésticos
recaen en su mayoría sobre nosotras, como siempre. Y nuestros
cuerpos son susceptibles de ser vendidos, comprados o alquilados,
como siempre.
La
diferencia es que algunos de estos temas, los de siempre, se nos
presentan en el siglo XXI disfrazados de modernidad. En nombre de la
libertad, se nos ofrece escoger entre nuestra carrera profesional o
ser madres. Aduciendo altruismo, se defiende la idea de que donemos
óvulos o incluso la de gestar y parir criaturas para otras personas.
Para
empoderarnos, nada mejor que pasar frío en una rotonda esperando que
algún maltratador venga a pagar unos euros por derechos sin límite
sobre nuestros cuerpos.
Hasta
de los términos que ha empleado la teoría feminista se ha apropiado
el neomachismo, que al fin y al cabo no es otro que el de siempre.
Mientras
nos perdemos en debates estériles sobre definir conceptos, el
patriarcado se frota las manos. Mientras hay quien intenta reescribir
la lucha feminista y obviar la historia de las mujeres, el movimiento
feminista en nuestro país se resquebraja, divide y debilita.
Entretanto,
cientos de jóvenes se estarán hormonando para “ceder” sus
óvulos a cambio de una compensación por las molestias sin ser
informadas de las graves consecuencias que puede tener para su salud.
Mientras
nos tiramos los trastos a la cabeza en redes sociales y medios de
comunicación, al menos 100.000 mujeres son prostituidas y 40.000,
víctimas de trata con fines de explotación sexual en España.
Muchas de ellas son menores.
Miles
de mujeres, famosas o no, sufren múltiples tipos de violencias, las
silenciosas y las que aparecen en las páginas de sucesos.
Les
confieso que, a la fatiga pandémica, en mi caso, se une una especie
de fatiga conceptual. Una sensación de vivir en bucle permanente, de
tener que reclamar día tras día algo tan obvio como derechos
humanos para más de la mitad de la población.
Quizá
necesitemos menos ruido y más nueces. Reintroducir en el debate
público aquello que realmente nos interesa a las mujeres, los
problemas que vivimos y nuestras inquietudes para hacer efectiva una
sociedad más justa sin perdernos en el camino y quedarnos en “lo
de siempre”.
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