Susana Gisbert. /EPDA Un año más, me ha tocado despedirme de quienes estaban haciendo sus prácticas de universidad conmigo, lo que se conoce popularmente como “Practicum”, una suerte de período para poner los pies en el suelo del que no disfrutábamos antes. Cuando yo estudiaba Derecho en la Facultad, allá por el Pleistoceno, acabábamos la carrera sin haber pisado un juzgado ni un despacho. Y así nos veíamos luego, claro.
Pero, desde hace tiempo, existe para estudiantes universitarios este período de prácticas, obligatorio, además. Y de quienes formamos parte de él, en uno y otro lado de la docencia, depende que estas prácticas cubran su objetivo, y sean útiles, o queden como un trámite más. Si, además, se convierten en una experiencia fantástica, eso ya es miel sobre hojuelas. Un plus que convierte lo bueno en excelente.
Hablo, por supuesto, por mí. Es maravilloso encontrarse de nuevo, tras muchos años de ejercicio profesional, con savia nueva, de la de verdad. Es una sensación muy especial la de verse reflejada en el espejo del pasado, la de adivinar entre las frases y la ropa y la ilusión a la joven recién licenciada que fui. Muchos años después, he estado reviviendo todas esas cosas que me llevaron a ser lo que soy y como soy.
Ellas, las chicas que han hecho las prácticas conmigo, me daban las gracias. Una de ellas, además, lo hacía con un mensaje escrito a mano -con todo lo que supone hoy eso- que guardo como oro en paño. Porque, aunque ellas me agradezcan lo que les haya podido enseñar, yo tengo mucho más que agradecer. Su empuje, sus ganas y su ilusión me han devuelto a la joven que fui, me han recordado por qué estoy aquí y lo afortunada que soy de haber llegado. Me han recordado también que, en esta carrera, como en la vida, no está todo hecho, y que la justicia se construye día a día con cada informe, con cada juicio, con cada trámite y hasta con cada gesto.
Gracias por todas esas risas, por todas esas preguntas, por todas esas reflexiones. Gracias por confiar en mí y por convertirme en parte de sus vidas. Gracias porque me habéis inoculado un poco de esa savia nueva que tanta falta hace. Espero haberos sabido compensar por todas estas cosas. Y, por supuesto, que nuestros caminos vuelvan a juntarse o, mejor aún, que nunca dejen de estar cerca.
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