Antonio Andrés Morejón/EPDA Una de las filósofas del S. XX más influyentes ha sido Hanna Arent (1906-1975). De religión judía se interesó por el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, al que calificó como: “… el paradigma del mal, algo que nunca debió ocurrir…”. Pese a no encontrar una justificación racional que haga comprensible el comportamiento destructivo del ser humano, una de las conclusiones a la que llegó en sus estudios fue que cuando una persona deja de pensar sobre
sus actos, cuando se somete a una idea, a un partido, deja sin cabida a la propia reflexión.
Por otro lado, podemos hacer referencia a la obediencia civil bajo la que el ser humano es capaz de realizar actos brutales, crueles y desalmados, siempre que piense que no es responsable de las consecuencias o simplemente por qué está obedeciendo a una Autoridad o a un mandato legal.
Claro ejemplo de ello, lo demostró el Psicólogo Stanley Milgram en un experimento que inició en julio de 1961, que llevaba su mismo nombre “ Experimento Milgram” en el que analizó a un grupo de jóvenes (que tenían el rol de maestros) a quienes se les ordenaba aplicar un castigo a aquellos alumnos (otros participantes) que no acertasen la respuesta que se les realizaba.
El castigo consistía en aplicar descargas eléctricas a quienes fallaban las respuestas a sabiendas que la descarga podría llegar a producir la muerte. Aun con conocimiento del daño, los implicados como maestros en más de un 65 por ciento de las veces, cumplían las ordenes del experimentador, y habrían producido la muerte del otro participante, en caso de haber sido reales las descargas. En nuestros días esa obediencia civil, ese paradigma del mal se produce en las vacunaciones que se están llevando a cabo con ocasión de la vacuna Covid-19, donde, en estos momentos, personal esencial está siendo vacunado, excepto aquellos que hayan pasado la enfermedad desde seis meses atrás del día de la vacunación, todo ello por el riesgo que pudiera tener los efectos secundarios, que han llegado a ser mortíferos.
Paradójicamente, quienes no sepan si han contraído, o no, la enfermedad, independientemente del tiempo que pudiera haber pasado, e incluso pudiendo estar en el momento de la vacunación con la propia enfermedad son vacunados con impiedad y sin asegurarse o realizar ningún tipo de prueba para evitar los posibles mortales efectos secundarios.
En fin, con la esperanza en la buena fe de las vacunas, esperemos que ocurra como bien contaba Sancho a su señor D. Quijote: “ Érase que se era, el bien que venga para todos sea, y el mal, para quien lo vaya a buscar…”
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