Susana Gisbert. /EPDA Andaba yo trasteando estos días por Twitter, esa red social que vive horas inciertas desde el advenimiento de su nuevo dueño, cuando tropecé por casualidad con algo que llamó mi atención. Un médico -psiquiatra, según parece- contaba lo que le gustó que un paciente con una enfermedad mental crónica bastante fastidiada, le respondiera, a la pregunta de cómo se encontraba, preguntando a su vez cómo se encontraba él. Una muestra sencilla y contundente de educación y empatía que cada día vemos menos. Por desgracia.
Y es que nos deshumanizamos a la carrera. Las prisas, las crisis, los problemas de cada día y los mil frentes a que nos enfrentamos nos hacen olvidar algo tan simple como que nuestros interlocutores son personas. Y quelas personas necesitamos, al menos de vez en cuando, una palmadita en el hombro.
Desde hace tiempo, insisto en agradecer a la gente las cosas que hace bien, en vez de quejarme solamente cuando lo hace mal, como el chiste de aquel hijo que no hablaba, hasta el día en que su madre le sirvió la leche demasiado caliente, en que, por primera vez en sus veinte años de vida, abrió la boca para protestar. No había hablado hasta entonces porque hasta entonces todo estaba bien, terminaba el chiste. Y eso es lo que hacemos cada vez más, protestar esa única vez que las cosas no estaban bien olvidando los ciento de veces que sí que lo estaban.
Preguntar al médico como está va en la misma línea. Como preguntárselo a la abogada que lleva tu caso, al arquitecto que reforma tu casa, al fontanero que repara las tuberías o a la panadera que amasa el pan nuestro de cada día. Pero no somos capaces de hacerlo, aunque apenas cueste unos segundos.
Y es que, en estos tiempos, la empatía es un valor que no cotiza. Se nos olvida, incluso, hasta dar los buenos días o hablar del tiempo en el ascensor, como veníamos haciendo toda la vida. Y, aunque parezca una tontería, mi día es mejor y más productivo si me cruzo con caras amables que me saludan y sonríen que si lo hago con seres silentes que no abren la boca y miran al suelo porque no son capaces de sostener una mirada.
Pensemos en ello la próxima vez que nos crucemos con alguien, o que alguien nos atienda por la razón que sea. Unas pocas palabras pueden cambiarlo todo. Para mejor, desde luego.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia