Susana Gisbert. /EPDA Cien puñaladas. Un centenar de puñaladas fue lo que asestó un asesino machista a su pareja para darle muerte en Dos Hermanas hace apenas unos días. Y no es un caso aislado, por desgracia. Diecisiete puñaladas son las que le dio otro asesino machista a su pareja días después en Parla, causando su muerte cuando aún no había cumplido 19 años.
He escrito muchas veces sobre violencia de género. Tal vez haya quien piense que soy cansina. Pero, siempre que lo hago, deseo firmemente que sea la última vez que he de escribir sobre este tema. Y nunca lo consigo. Por eso no me queda otro remedio que ser cansina.
Lo peor es que siento que es más necesario que nunca hablar de esto. Porque parece que ni siquiera cien puñaladas tienen ya la fuerza suficiente para impresionarnos, La repercusión mediática ha sido escasa si la comparamos la barbarie de estos hechos, pero parece que tenemos anestesiada el alma y la conciencia. Y eso es algo que no podemos permitirnos como sociedad.
No sé si se trata de hastío, de resignación o de algo peor, de indiferencia. Pero me preocupa que, al mismo tiempo que llegan a las instituciones personas que niegan la existencia de la violencia de género, quienes estamos en el otro lado no tengamos la fuerza ni las ganas suficientes para rebatirlo, incluso con los cadáveres calientes de dos mujeres desangradas por el machismo asesino.
Es insoportable el solo hecho de pensarlo. Y más aún si nos fijamos en la edad de víctima y autor del hecho de Parla. Ella, dieciocho; él veinte. ¿Qué puede pasar por la cabeza de gente tan joven, de una persona aparentemente criada en una sociedad en igualdad? ¿Qué puede llevarle a acabar con la vida de alguien por el simple hecho de no poder tenerla a su merced?
Cuando nació esta joven a la que hoy lloramos, la ley integral ya había entrado en vigor. Y, sin embargo, dieciocho años más tarde no hemos podido salvarla. Le hemos fallado, a ella y a cada una de las víctimas.
Ya no podemos hacer nada por salvarles la vida. Pero si podemos hacer algo por ellas. No las matemos dos veces con nuestra indiferencia, no nos acostumbremos nunca a esta salvajada. No les fallemos de nuevo. No podemos hacer mejor homenaje a las víctimas que gritar su nombre y seguir luchando para que esto no vuelva a suceder.
Porque duelen cada una de esas 117 puñaladas clavadas en el corazón de nuestra sociedad.
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