Este lunes, 19 de mayo, se cumplirán 66 años de la ejecución de Pilar Prades, natural de Bejís, localidad de la comarca del Alto Palancia (Castellón) que se convirtió en la última mujer condenada a muerte en España, tras ganarse el sobrenombre de ‘la envenenadora de Valencia’, debido a sus fechorías en la capital del Turia. A continuación, recordamos su historial criminal.
Pilar Prades Santamaría nació en 1928 en Bejís, en el seno de una familia muy humilde. A los doce años abandonó su hogar y se trasladó a Valencia en busca de trabajo como sirvienta. Pero su analfabetismo y su aspecto físico, estigmatizados por los prejuicios de la época, dificultaron que consiguiera un empleo estable.
Finalmente, en 1954, a los 26 años, Pilar Prades encontró empleo como criada en casa de Enrique Vilanova y Adela Pascual, dueños de una charcutería ubicada en la calle Sagunto de Valencia. Pilar se encargaba tanto de las labores domésticas en la casa del matrimonio como de atender a los clientes de la tocinería en el mostrador, ya que Adela sufría cólicos hepáticos y debía guardar cama.
La ambición que derivó en asesinato
Fue en casa del señor Vilanova donde Pilar Prades, la joven del Alto Palancia, comenzó a urdir su siniestro plan. Fantaseaba con casarse con Enrique y convertirse en la dueña de la charcutería. Para lograrlo, debía deshacerse de Adela. Así, de forma gradual y premeditada, empezó a envenenarla con un insecticida a base de arsénico, disuelto en el café que ella misma le servía. La salud de Adela Pascual fue deteriorándose día a día: digería mal los alimentos, sufría vómitos frecuentes, una alarmante pérdida de peso y una creciente debilidad en las extremidades.
Pilar tenía a su cargo el cuidado de Adela Pascual, a quien solía preparar infusiones de boldo y otras tisanas. Sin embargo, el médico de cabecera no lograba determinar el origen de las persistentes dolencias que aquejaban a la charcutera. Finalmente, Adela falleció el 19 de mayo de 1955. En un primer momento, los facultativos atribuyeron su muerte a una gripe, pero la verdadera causa resultó ser un envenenamiento progresivo.
El mismo día del entierro de Adela Pascual, Pilar Prades mostró su verdadera cara y se negó a asistir al funeral. Para colmo, persuadió a Enrique Vilanova de que la tocinería debía permanecer abierta durante el sepelio. Así, mientras el charcutero despedía a la difunta, la asesina de Castellón se colocaba su delantal y atendía a los clientes con desconcertante normalidad.
Al regresar a la charcutería tras el funeral de su esposa, Vilanova quedó estupefacto al encontrar a Pilar sonriente, vestida con el delantal almidonado de la difunta, atendiendo el negocio con una inquietante naturalidad, como si ya fuese la legítima dueña. Consternado por aquella actitud irreverente, el viudo no dudó en tomar una decisión tajante: despedirla de inmediato. Poco después, Prades consiguió otro empleo gracias a su amiga Aurelia Sanz, cocinera en la casa del doctor Manuel Berenguer. La nueva etapa parecía augurar estabilidad, pero pronto los celos volvieron a despertar en Pilar Prades su instinto más oscuro.
Nuevos intentos de envenenamiento
Una tarde, Pilar Prades acudió a una conocida sala de baile de Valencia en compañía de su amiga Aurelia. Allí, fijó su atención en un joven que le resultaba atractivo, pero él eligió a Aurelia como pareja de baile, ignorando por completo a Pilar. Aquella humillación encendió su ira y, una vez más, la empujó a actuar.
Unos días más tarde, Aurelia cayó enferma con síntomas similares a los de Adela Pascual, aunque logró recuperarse tras ser hospitalizada. Poco después, María del Carmen, mujer del doctor Berenguer, también enfermó tras tomar un café que “sabía demasiado dulce”, según le explicó a su marido.
Acto seguido, el doctor Berenguer ordenó un análisis toxicológico que le alertó de la presencia de arsénico, motivo por el que decidió despedir a Pilar e inició una investigación. Para ello, contactó a Enrique Vilanova, quien describió síntomas idénticos a los que sufrió Adela. Convencido de estar ante una asesina en serie, el médico denunció a Pilar Prades. La policía registró la habitación de la criada de Bejís y entre sus pertenencias halló un frasco de Diluvión, un mata hormigas letal. Prades fue arrestada el 20 de febrero de 1957.
Un juicio sin clemencia
Durante los interrogatorios, Pilar negó sus fechorías, aunque su abogado le advirtió que si no confesaba, se arriesgaba a ser condenada a "garrote vil". Finalmente admitió haber puesto "una vez" Diluvión en el café de Adela, creyendo -según ella- que era azúcar.
En el juicio, la fiscalía la retrató como una mujer fría y calculadora. Fue condenada a muerte el 28 de octubre de 1957. Sus apelaciones fueron rechazadas, y el indulto nunca llegó. La sentencia era irreversible. Prades estuvo en la cárcel de mujeres de Valencia hasta el 19 de mayo de 1959, fecha en la que fue ejecutada mediante garrote vil. Tenía 31 años. Sus últimas palabras fueron: “Me van a desnucar como a un conejo, hagan algo”.
De criminal a personaje de ficción
Pilar Prades fue la última mujer ejecutada en España, una figura trágica que dejó una huella imborrable en la crónica negra de España. Su historia inspiró a Luis García Berlanga y Rafael Azcona en la creación de la película ‘El verdugo’, y también fue recreada en un capítulo de la serie ‘La huella del crimen’, emitida por Radio Televisión Española.
La actriz Terele Pávez, encargada de interpretarla, confesó haber sentido una profunda conexión con el personaje. Afirmó incluso que, durante su proceso de documentación, llegó a escuchar los gritos de dolor de ‘la envenenadora de Bejís’, una experiencia que marcó profundamente su aproximación al papel.